Monday, March 08, 2010

La primera huelga de trabajadoras

Con motivo del Día Internacional de la Mujer, el post de hoy viaja hasta la Inglaterra victoriana para recordar muy brevemente cómo eran las condiciones sociales y laborales que motivaron las primeras organizaciones y movilizaciones exclusivamente femeninas. La mayor parte de estas informaciones proceden de una traducción al castellano del siguiente trabajo: Aragay, Mireia, y Moya, Ana (1996). Introducció a la cultura anglesa. Reading pack. Barcelona: Universitat de Barcelona.

En este sentido, las autoras subrayan condicionantes que, en algunos casos (como los de las diferencias salariales) aún no han podido subsanarse, pese a haber transcurrido casi dos siglos años. Entre ellos se cuentan la disposición, por parte del ordenamiento jurídico británico, de que ninguna mujer divorciada pudiera visitar a sus hijos e hijas; ciertas prácticas discriminatorias en el ámbito burocrático (por ejemplo, un varón podía esgrimir el adulterio como causa de divorcio, no así la mujer); la titularidad exclusiva del marido de todas las ganancias y bienes de su cónyuge; el desfase en los sueldos percibidos por las trabajadoras (que normalmente eran un 50% más bajos que los de sus colegas masculinos); el degradante estatus jurídico de la mujer casada, considerada como un chattel (mueble) de su esposo, así como el veto de las aulas universitarias a las mujeres.

Con este telón de fondo, en 1888 tuvo lugar la que se consideró como la primera huelga de mujeres de la historia del Reino Unido, y se llevó a cabo pese a la negativa de las autoridades. La militante socialista Anne Besant fue la encargada de liderar la protesta, que tuvo lugar en la fábrica londinense Bryant & May’s y que fue secundada por el partido Match Girls. Mediante este gesto, sus impulsoras reclamaron incrementos salariales y una mejora de las condiciones laborales de las trabajadoras.

Coincidencia o no, este episodio precedió un pequeño —aunque sintomático— aumento del número de mujeres incluidas en las listas electorales de algunos partidos políticos ingleses. La tendencia, que se acentuaría a finales del siglo XIX, también cristalizó en otros ámbitos del mundo laboral y empresarial, tales como la enseñanza, el servicio doméstico o las tareas fabriles. El escenario descrito fue, sin lugar a dudas, fruto de una pugna dual: por un lado, se exigían mejoras salariales para la mano de obra femenina y, por otra, se reivindicaba el derecho a acceder a cargos que, hasta la fecha, estaban copados únicamente por hombres, como el Derecho o la medicina.

También durante este período verían la luz una serie de diarios de ideología marcadamente socialistas. Todos ellos se convertirían en un altavoz a través del cual la opinión pública conocería la precariedad que reinaba en el día a día de las obreras. Asimismo, serán heraldos de una circunstancia incontestable: las mujeres no sólo eran el colectivo más explotado en el mundo laboral, sino también el más pobre.

Las circunstancias referidas, a su vez, sembrarían la semilla de un movimiento social no menos relevante: el sufragismo feminista. El acceso a las urnas, por tanto, no era una cuestión trivial, ya que, a ojos de lasa primeras activistas, el voto masculino era el vehículo con el que se perpetuaban las desigualdades sociales de género. Así lo resumió Emmeline Pankhurst, una de las principales artífices de la consecución del sufragio femenino en el Reino Unido: «En primer lugar, es un símbolo, pero también constituye una garantía e, incluso, un instrumento».

En la imagen, huelga de trabajadoras de la fábrica Morton, en Millwall, East London (1914). Fuente: http://www.unionhistori.info/.