¿Quiénes fueron los Reyes Magos?
Como cada año, millones de niños y niñas disfrutan en este momento de los regalos que una triade de reyes de Oriente —dicen— les han dejado junto a sus zapatos. Pero mientras los más pequeños retiran con ansiedad el envoltorio de sus obsequios, no pocos adultos se preguntan por el verdadero origen de estos arcanos personajes bíblicos, capaces de alimentar los sueños infantiles durante todo un año.
El primer documento en el que aparecen consignados es el evangelio de San Mateo (escrito ca. 64-110 d.C.). En él, en ningún momento se asevera que se trate de tres monarcas: «Nacido [Jesús], pues Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?” Porque hemos visto su estrella al Oriente y venimos a adorarle. […] Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, les interrogó cuidadosamente sobre el tiempo de la aparición de la estrella; y, enviándolos a Belén, les dijo: “Id e informaos exactamente sobre ese niño, y, cuando le halléis, comunicádmelo, para que vaya yo también a adorarle. Después de haber oído al rey, se fueron, y la estrella que habían visto en Oriente les precedía, hasta que vino a pararse encima del lugar donde estaba el niño Al ver la estrella sintieron grandísimo gozo, y llegando a la casa, vieron al niño con María, su madre, y de hinojos le adoraron, y, abriendo sus cofres, le ofrecieron como dones oro, incienso y mirra».
Según afirma el medievalista florentino Franco Cardini (2002), este pasaje de la Biblia debe entenderse como una metáfora de la aproximación de las naciones paganas al cristianismo. Del mismo modo, considera que el hecho de arrodillarse ante Dios evoca a las relaciones de vasallaje que imperaron en la Europa de la Edad Media, y que tienen su génesis en una costumbre de origen persa adoptada posteriormente por los romanos.
El principal misterio que gravita en torno a los Reyes, su verdadera identidad, resulta un rompecabezas sin solución aparente. En palabras del propio Cardini, podría tratarse de sacerdotes o astrólogos persas del culto mazdeísta. Esta opinión es compartida por otros historiadores, quienes también se refieren a un grupo de sabios árabes.
Lo mismo ocurre con el número exacto de magos que visitaron a Cristo (cuatro, 10, 12 o incluso más, si nos atenemos a algunos textos antiguos). Siguiendo con las teorías de este autor, se empieza a hablar de tres personas a finales del siglo V, una cifra que podría interpretarse como una alusión velada a la Santísima Trinidad, los tres únicos continentes conocidos por aquel entonces, las tres razas o las tres edades del hombre. De ahí que Baltasar, joven y de piel negra, proceda supuestamente de África; que Gaspar, el de mediana edad y cabello pelirrojo, sea oriundo de Asia, y que Melchor, anciano y con una larga barba blanca, provenga de Europa.
La configuración de esta imagen estereotipada es relativamente temprana. Sin ir más lejos, Isidoro de Sevilla (560-636) ya se refirió a Baltasar como un «mago de color fuscus». En cualquier caso, sería en el siglo XV cuando la tradición pictórica centroeuropea comenzaría a representarle con rasgos africanos. En relación al mismo, aún pervive una leyenda catalana que asegura que los condes de Baux descienden directamente de este, dada la similitud fonética entre el término en italiano (Balzo) y el nombre del enigmático personaje.
Ahora bien, el culto en Europa a los Reyes Magos había comenzado tres siglos atrás, coincidiendo con el traslado de sus supuestos restos a la catedral de Colonia. Esta efeméride tuvo lugar en 1164 y corrió a cargo de Rinaldo de Dassel, canciller de Federico Barbarroja. Precisamente, sería este último quien popularizaría a estos tres personajes en el Viejo Continente. Pese a que actualmente sólo gozan de una gran aceptación en España, Melchor, Gaspar y Baltasar llegaron a ser muy venerados en Siena y en la Florencia de los Medici, quienes siempre mostraron un gran apego por ellas
Y es precisamente en Italia donde nace el mito del cometa que guía a los magos hasta la morada de Jesús. Pese a que San Mateo sólo se refiere a una estrella, el pintor Giotto de Bondone la magnifica en los frescos de la capilla Scrovegni de Padua (1304-1306), inspirado presuntamente por el Halley.
En cualquier caso, huelga decir que los Reyes Magos no son los únicos que comparten con Santa Claus el rol de transportar obsequios desde un lugar remoto. En efecto, belgas y holandeses celebran el 5 de diciembre la llegada de San Nicolás (de Bari), el obispo que inspiró la figura de Papa Nöel y cuyo alter ego contemporáneo luce la indumentaria propia de este rango. Los suecos, por su parte, esperan impacientes los regalos de Santa Lucía cada 13 de diciembre. También han optado por un personaje femenino austríacos y alemanes, quienes aguardan cada Nochebuena a Christkind. También el 24 de diciembre, Rusia y el mundo eslavo celebran la visita de Ded Moraza (un anciano muy similar a Santa Claus, pero que no luce el consabido traje rojo), mientras que los niños y niñas colombianos disfrutan de los presentes que les deja el niño Jesús. En Catalunya, la víspera de la Navidad tiene como protagonista al tió, y, en Euskadi, al Olentzero. Finalmente, los italianos reciben sus obsequios el 5 de enero, gracias a La Befana, una entrañable bruja.
En cualquier caso, todas estas tradiciones prácticamente se solapan en el calendario con el festival romano de Sigillaria, que tenía lugar a partir del 25 de diciembre. En él, los niños recibían todo tipo de muñecos, juegos, dinero y material de escritura. Ante esta evidencia, y pese a que el día de Reyes coincide con el nacimiento de Jesús según la Iglesia ortodoxa, resulta difícil seguirse aferrando a la casualidad a la hora de explicar el origen de estas arraigadas festividades.
En la imagen, La adoración de los Magos, por Diego de Velázquez (1619).
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