Apuntes históricos sobre la Navidad
Cada 25 de diciembre, la Iglesia católica y buena parte de la Iglesia protestante conmemoran el nacimiento de Jesús en Belén. Sin embargo, por muchos es sabido que esta fecha no se corresponde en realidad con tal efeméride. Y es que detrás de esta convención se esconde el empeño de las autoridades eclesiásticas de erradicar una serie de festejos paganos que, durante la época romana, tenían lugar en los últimos días del calendario.
Estas celebraciones estaban estrechamente relacionadas con el solsticio de invierno —es decir, con la llegada de la noche más larga del año— y con el nacimiento de Sol Invictus o Sol Invencible, una divinidad romana cuyo natalicio, según la mitología clásica, se habría producido el 25 de diciembre. La fecha en cuestión, a su vez, ponía fin al festival de Saturnalia, dedicado al dios de la agricultura: Saturno.
La llegada al poder del emperador Constantino (247-329) y su súbita conversión tras vencer en la batalla del puente Milvio marcarían el principio del fin de estas fiestas ancestrales. Además de legalizar la nueva religión en el año 321, Constantino aprovechó su cargo como sumo sacerdote del culto al Sol Invictus para transformar el 25 de diciembre en una fiesta cristiana.
Tras su muerte, el papa Julio I oficializó esta fecha para celebrar la venida al mundo de Jesús (350). Pese a esta disposición, la Natalidad o Navidad (entendida como fiesta religiosa) aún tardaría algunos siglos en implantarse plenamente en Occidente. La Europa ortodoxa, no obstante, optaría finalmente por celebrar la llegada del hijo de Dios el 6 de enero. El motivo de esta decisión radica en la obra de un gnóstico alejandrino del siglo II: Basílides, quien escribió que Jesús nació ese día. Cierto o no, esta fecha también ha conseguido hacerse un hueco en el calendario de la Iglesia católica, que lo utiliza para conmemorar la Epifanía o la Adoración de los Reyes.
Aunque pueda parecer extraño, y siguiendo un fenómeno inverso al del 25 de diciembre, algunos símbolos navideños de origen claramente religioso han perdido su antigua significación para reinventarse en un mero elemento folklórico. El caso más evidente es quizás el de Santa Claus o Papá Noël, el anciano orondo y bonachón que cada Nochebuena desciende por la chimenea de millones de hogares para traer juguetes a niñas y niños de todo el mundo. Según parece, la leyenda, surgida en Grecia, Apulia o Anatolia y muy extendida por Europa central y los países nórdicos, se inspira en un personaje real: San Nicolás de Bari (ca. 280-ca. 350), obispo de Myra. Se cuenta que, antes de tomar los hábitos, el religioso entregó todos sus bienes a los desfavorecidos, y muy especialmente a los más pequeños. La adopción de la figura de Santa Claus fue especialmente masiva en Italia —a partir del momento en que los huesos del santo fueron trasladados a Bari, allá por el siglo XI—, en los reinos germánicos y en los Países Bajos.
Por lo que respecta al tradicional árbol de Navidad, se han apuntado antecedentes históricos correspondientes a la época romana e incluso al antiguo Egipto. En efecto, entre los rituales nilóticos para despedir el año se cuenta la quema de una palmera de doce hojas, que simbolizaban los doce meses. En el ámbito del cristianismo, fue el misionero y mártir inglés San Bonifacio (680-754) quien lo incorporó al imaginario religioso, al afirmar que un pequeño abeto que crecía en un bosque —el único que había sobrevivido a la caída de un tronco gigante— era el árbol del niño Dios. Eso sí: habrá que esperar hasta los albores del siglo XVII para asistir a la aparición de los primeros abetos decorados en Alemania. Cien años después, los colonos germanos afincados en Pennsylvania implantarían esta práctica en EE.UU.
La ornamentación del mismo también tiene, aunque sólo en parte, una raíz piadosa. Así, las estrellas evocan el cometa que, según la Biblia, guio a unos magos de Oriente hacia el lugar donde había nacido Jesús. Las actuales luces eléctricas sustituyen las ancestrales velas, símbolo de purificación, que recordaban a Jesús como la luz del mundo (ego sum lux mundi). Las campanillas representan la alegría que sienten los cristianos por la venida del Mesías, mientras que las bolas y/o manzanas simbolizan la fecundidad y la abundancia. Al respecto, hay que tener en cuenta que algunas fiestas paganas que dieron pie a la noche de Halloween se articulaban alrededor de costumbres populares en las que tenían cabida algunas frutas y que estaban dedicadas a la diosa romana Pomona. De ahí que algunas lenguas contemporáneas como el catalán (poma) o el francés (pomme) se inspirasen en esta deidad para nombrar las manzanas. Finalmente, otra de las figuras clásicas que penden del árbol de Navidad, la herradura, también detenta un origen no religioso, ya que se trata de un amuleto asociado a la buena suerte.
En cuanto a la tradición de hacer el pesebre, esta fue instaurada en la Nochebuena de 1233 por San Francisco de Asís, artífice del primer belén —o nacimiento— de la historia. Su gesto sería muy imitado en los siglos XIV y XV por muchas iglesias italianas y, más adelante, por las de otros países de Europa occidental. La Reforma luterana, que abogaba por una supresión de las representaciones iconográficas, frenaría la implantación de esta costumbre en los territorios que se subieron el carro del protestantismo.
La Península Ibérica también ofrece algunas tradiciones propias en torno a la Navidad. Como ejemplo, podría citarse la llegada de Olentzero en Euskadi, un leñador que desciende del monte para llevar obsequios a los más jóvenes. Por su parte, Catalunya mantiene vigente la costumbre de fer cagar el tió (en la foto, en una imagen de la web del Ajuntament de Barcelona). Consiste en golpear, bastón en mano, un leño decorado y cubierto con una manta. Tras recitar una canción popular, la niña o el niño aporrea el tronco y, después, descubre el misterioso bulto, que tendrá junto a él algunos regalos.
A continuación, se apunta un enlace con felicitaciones navideñas en distintos idiomas. A este listado habría que añadir las de zorionak (en euskera), bo Nadal (en gallego), feliz Nadal (en aragonés), felices Navidaes (en bable) y bon Nadau (en aranés).
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