La consecución del voto femenino en España (y II)
La cuestión del sufragio femenino se debatió por primera vez en las Cortes el 1 de septiembre de 1931. A pesar de que la intervención de Clara Campoamor (en la imagen) cosechó un sentimiento de aprobación generalizado en el seno del Congreso, también se granjeó airadas críticas. Una de ellas corrió a cargo del diputado radical Álvarez Buylla, quien manifestó que el acceso de las mujeres a las urnas pondría en peligro en buen funcionamiento de la República. Tampoco agradó la propuesta al también parlamentario Julián Basteiro, quien ridiculizó la iniciativa en las páginas del diario El Sol.
La aprobación del artículo 34, que establecía los mismos derechos para los hombres que para las mujeres, tuvo lugar en el Congreso un mes después y en dos sesiones consecutivas, que tuvieron lugar el 30 de septiembre y el 1 de octubre.
Durante la primera, dos diputados plantearon sendas enmiendas. Una de ellas, que sería rechazada de plano, fue planteada por Ayuso, un diputado del Partido Republicano Federal que proponía el voto únicamente para las mujeres mayores de 45 años. La segunda, defendida por el radical Guerra del Río, proponía incluir la propuesta del sufragio femenino dentro de la Ley Electoral, y no en el texto constitucional. No en vano, muchos parlamentarios temían el carácter irrevocable que adquiriría el sufragio femenino si este quedaba englobado en la Carta Magna.
Tras varias intervenciones, la enmienda de Guerra del Río fue sometida votación y rechazada por 153 votos en contra y 93 a favor. Quienes apoyaron la propuesta fueron Acción Republicana, los radical-socialistas y los radicales. Al mismo tiempo, se manifestaron en contra la minoría socialista y los partidos de derechas.
El día siguiente, 1 de octubre de 1931 —jornada que sería bautizada por Clara Campoamor como el «día del histerismo masculino»— la tribuna pública del Congreso se llenó hasta los topes, mientras un nutrido grupo de mujeres se manifestaba en las inmediaciones del edificio contra aquellos políticos que se habían opuesto al sufragio femenino. La convocatoria contó con el apoyo de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, que repartió entre todas las asistentes unos folletos que preconizaban la igualdad de derechos en materia electoral para ambos sexos.
La sesión se inició con diversas intervenciones alusivas a la edad electoral. Una de las más remarcables correspondió a un grupo de parlamentarios socialistas que intentaron rebajar infructuosamente la edad mínima para acceder a las urnas a los 21 años. Al margen de esta cuestión, la socialista radical Victoria Kent pidió que se aplazara la concesión del voto femenino hasta que las mujeres asumieran plenamente el mensaje republicano. Esta postura no obedeció a su opinión personal —Kent estaba a favor de que se permitiera la participación femenina en los comicios—, sino a las férreas directrices de su partido.
Campoamor, por su parte, rebatió sus argumentos y solicitó a los diputados que no marginaran a la mujer en los pilares de la Segunda República. Tras su intervención, Guerra del Río apostilló que la participación de las mujeres en unas elecciones constituiría una amenaza real para el Gobierno republicano. Su apreciación, sin embargo, fue desestimada.
Tras otras intervenciones a favor y en contra de la aprobación del sufragio femenino, se procedió a votar el nuevo artículo 34 en su forma original (del texto primitivo, tan sólo se modificó la edad electoral, que se situó finalmente en 23 años).
La votación se realizó de manera nominal. Antes de la misma, un grupo de diputados socialistas —entre ellos, Indalecio Prieto— abandonó su escaño, disconforme por la resolución adoptada por su partido, que apoyaba las tesis de Campoamor. A favor del voto femenino, se posicionaron figuras como Niceto Alcalá Zamora (presidente de la República), Francisco Largo Caballero, Miguel Maura, Fernando de los Ríos y Ruiz Funes. Mayoritariamente, estos políticos pertenecían al PSOE y el Partido Agrario, o bien eran republicanos conservadores. Por el contrario, algunos de los parlamentarios que no respaldaron el texto fueron Martínez Barrios, Antonio Royo Villanova, Lamamié de Clairac y, obviamente, Guerra del Río. Muchos de estos parlamentarios disidentes eran radicales, radical-socialistas o integrantes de Acción Republicana.
Pese a todo, la aprobación del sufragio femenino salió adelante por 161 votos a favor, 121 en contra y 188 abstenciones (lo que representaba un 40% de los diputados que componían el Congreso, que a la sazón tenía 470 escaños).
El 14 de octubre de 1931, diferentes entidades feministas celebraron la victoria ofreciendo un homenaje a Clara Campoamor, una de las diputadas que más había combatido por la obtención del sufragio femenino.
No obstante, todavía quedaban políticos que no se resignaron a la nueva situación; el 21 de noviembre de 1931, los representantes de Acción Republicana solicitaron que el derecho al voto femenino sólo pudiera ejercerse en los comicios municipales. Días después, la propuesta fue sometida en Congreso a debate y a votación, que se saldó con 127 votos a favor y 131 en contra.
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