La cultura funeraria en el período naviforme (ca. 1600-1000 a.C.).
Las Illes Balears, y más concretamente Mallorca y Menorca, albergaron una de las sociedades megalíticas más peculiares del Mediterráneo occidental, a juzgar por la singularidad de los vestigios arqueológicos que aún se conservan.
Pese a que tradicionalmente la prehistoria más tardía del archipiélago se ha dividido en dos etapas (pretalayótico y talayótico), las corrientes más recientes tienden a establecer cuatro períodos: dolménico (ca. 2500-1600 a.C.), naviforme (ca. 1600-1000 a.C.), talayótico (1000 a.C.-450 a.C.) y postalayótico (ca. 450-200 a.C.). De entre ellos, los tres últimos sólo se han manifestado en tierras baleáricas.
Si bien el suelo de suelo de ses illes es rico en testimonios de la cultura talayótica, resulta mucho menos generoso por lo que respecta a la época naviforme o navetiforme. El término en cuestión proviene de la palabra naveta, denominación con la que los menorquines se referían a la construcción más emblemática de la zona: la Naveta dels Tudons, sita en las afueras de Ciutadella (foto). Dicha designación, a su vez, se debe a la apariencia de este monumento funerario, similar a la de una embarcación —nao— invertida. Por extensión, el concepto naviforme también se ha aplicado a aquellas viviendas unifamiliares de la Edad de Bronce Antigua (2200 a.C.-1800 a.C.) que presentaban una forma análoga a la descrita.
A partir de 1819, la palabra naveta fue adoptada por los arqueólogos para consignar cualquier edificación funeraria de la prehistoria isleña. Sin embargo, a mediados del siglo XIX, fueron descubiertos otros restos de construcciones coetáneas en Menorca —especialmente en las inmediaciones de Alaior, cerca de la carretera hacia Maó— que en su día habían desempeñado la misma función. El hallazgo sirvió para acabar con el mito de que todos los monumentos funerarios tenían una apariencia afín a la de la Naveta dels Tudons, ya que en nada se parecían a esta. Como ejemplo, convendría citar los vestigios de Biniac-Argentina y la naveta de Rafal Rubí, en Maó.
Años atrás, la nau des Tudons se fechó entre el 1500 y el 1300 a.C. Sin embargo, las nuevas técnicas de datación, tales como el carbono 14 o la prueba de termoluminiscencia, la han reubicado en un momento mucho más reciente: ca. 1000 a.C. Esta circunstancia la convierte en la naveta conocida más contemporánea —además de tratarse, con diferencia, de la mejor conservada— y, en consecuencia, en la última del período navetiforme. No se descarta, no obstante, que quienes la erigieron ya detentaran formas de vida y de organización propias del talayótico, aunque todavía no hubieran acometido las construcciones típicas de esta última etapa.
Otro enigma al que la arqueología no ha sabido dar respuesta está ligado a la multiplicidad de manifestaciones funerarias que coexistieron en la época naviforme, ya que, al margen de las navetas, también se emplearon cuevas naturales e hipogeos para inhumar a los difuntos.
La Naveta dels Tudons es una construcción alargada, de fachada plana y ábside redondeado, dotada de dos pisos y de unas dimensiones de 4,25 metros de altura, 13,6 metros de longitud y 6,8 de amplitud en su base. El monumento se alza sobre una plataforma de piedra caliza realizada mediante la técnica ciclópea, consistente en la utilización de piedras trabajadas de tamaño medio encajadas unas con otras, sin la ayuda de mortero (a pesar de que a veces se recurría a pedruscos más pequeños para fijar la estructura del edificio). Hasta la fecha, sólo se han hallado edificaciones creadas con este procedimiento en Mallorca, Menorca y Cerdeña.
En el ángulo superior izquierdo, contemplado desde la entrada, se puede apreciar que a la Naveta le falta un bloque de piedra. Según una pintoresca leyenda local, este fue arrancado por su constructor, quien había erigido la obra para que un anciano le concediera la mano de su hija. A tenor del relato, el joven montó en cólera cuando descubrió que otro pretendiente de la chica había culminado con éxito su correspondiente desafío: cavar un pozo. Por este motivo, arrojó una piedra de la Naveta a su adversario.
El interior de la construcción que nos ocupa ha sido excavada desde la década de 1950, momento en el que fue restaurado por el doctor Pericot. En cualquier caso, el estado de conservación del edificio era más que aceptable, ya que en sus casi 3.000 años de existencia sólo se le había hundido el ábside. Este hecho, por otra parte, había propiciado que la construcción hubiese sido expoliada en más de una ocasión.
Gracias a este y otros trabajos de investigación, se ha sabido que en el interior de la Naveta se enterraba a los miembros de una misma colectividad (se desconoce si familiar o de clan) que, previamente, habrían sido incinerados en un lugar cercano e indeterminado. La disposición de los restos humanos en el interior del monumento demuestra la importancia que las sociedades del período naviforme conferían la la cabeza de los difuntos, ya que colocaban los cráneos de los fallecidos apilados y en el lugar más destacado del edificio: el ábside. Igualmente revelador resulta el rico ajuar funerario hallado junto a la osamenta, consistente en punzones, armas, brazaletes, collares, colgantes, recipientes de cerámica, tapones y botones óseos. Entre las piezas recuperadas, habría que referirse a unos recipientes que contenían en su interior cabellos teñidos de rojo, lo que parece ratificar una considerable fijación por la parte del cuerpo ya mencionada.
Cuando la visita a la Naveta se realiza en grupos reducidos, es posible contemplarla por dentro. La entrada conecta con un pequeño pasillo, desde el cual se accede a la cámara superior y a la segunda puerta, que conduce a la cámara inferior. Tanto el piso intermedio como la cubierta de arriba se sostienen gracias a grandes losas que hacen las veces de vigas.
Hoy por hoy, el monumento está considerado como el edificio íntegramente conservado más antiguo de Europa.
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