Las colonias griegas en la Península (y II): Roses
Obviando la presencia de Empòrion (Empúries), el suelo peninsular cuenta con una segunda colonia griega confirmada arqueológicamente: se trata de Rhode, situada en el interior de la Ciutadella de Roses (Alt Empordà, Girona).
Pese a los numerosos verstigios localizados hasta la fecha, la historia de este asentamiento todavía arroja numerosos interrogantes, tales como el origen geográfico de sus fundadores o el momento en que estos desembarcaron en la zona. Si bien algunos autores clásicos —entre los que se encuentra Estrabón (63 a.C.-ca. 21 d.C.)— atribuyen este hito a los rodios y lo sitúan en el siglo VIII a.C., las prospecciones realizadas no han permitido confirmar dicho dato. En cualquier caso, la proximidad de Massalia (la actual Marsella) pudo haber sido determinante en el nacimiento y posterior crecimiento de Rhode, tal y como ocurrió con la vecina Empòrion.
Al respecto, el hallazgo de diversos restos cerámicos en la colina de Santa Maria corrobora que los griegos ya habían alcanzado el golfo de Roses a finales del siglo V a.C. Sin embargo, los primeros restos arquitectónicos de los que se tiene noticia corresponden a la primera mitad del siglo IV a.C.
De acuerdo con la versión propuesta por el Museu de la Ciutadella de Roses, la fundación de Rhode podría haber obedecido a motivaciones estratégicas. Si hacemos caso de esta hipótesis, los griegos habrían intentado controlar así el acceso por tierra a las regiones más meridionales de la Galia.
Sea como fuere, lo cierto es que su presencia en la zona imprimió un giro radical a las relaciones políticas, económicas y comerciales vigentes entre los pobladores del actual Empordà: los íberos indiketes. Del mismo modo, el crecimiento de Rhode restaría importancia a los poblados indígenas más cercanos, acelerando incluso la desaparición de algunos de ellos (como el de Peralada, a finales del siglo IV a.C.). Si bien en un primer momento la colonia habría subsistido gracias al comercio con otros asentamientos próximos, Rhode llegó a importar mercancías de otras colonias del Mediterráneo, como Eivissa, Marsella o algunas ciudades norteafricanas. Entre los productos adquiridos, se cuentan las estatuillas votivas de terracota, el vino o las vajillas.
Al margen de los materiales ya especificados, los trabajos arqueológicos han permitido recuperar parte de un edificio de la época (sito en la colina de Santa Maria) y el llamado barrio helenístico (finales del siglo IV-III a.C.), un entramado ortogonal de cuatro metros de ancho (en la imagen). De no haberse erigido posteriormente edificaciones romanas y medievales, es probable que el legado urbanístico griego hubiese sido mucho mayor.
El desarrollo de este enclave coincidió con una época de gran expansión económica. Esta aseveración se ve reforzada por el descubrimiento de dos hornos de cerámica (siglos III a.C.-II a.C.) que atestiguan una intensa actividad artesanal en el tejido urbano, por el creciente dinamismo de su puerto y por la acuñación de dracmas de plata propios en el siglo III a.C., además de otras monedas de bronce que han llegado hasta nosotros. El ámbito de circulación de estas piezas comprendía los asentamientos íberos y el sur de la Galia.
La desaparición de Rhode vendría de la mano de la Segunda Guerra Púnica y, más concretamente, del desembarco de los romanos en la zona en 218 a.C. Este episodio coincide con la construcción de una nueva muralla alrededor de la colina de Santa Maria, a finales del siglo III a.C. No en balde, no se han localizado edificaciones posteriores al primer cuarto del siglo II a.C.
Para más información, se aconseja acceder al sito web de la Fundació Roses.
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