Friday, August 25, 2006

Restos cartagineses en la Península Ibérica

En el año 146 a.C., Roma puso fin a la tercera y última guerra púnica con la invasión de Cartago, capital de uno de los pueblos más poderosos de la Antigüedad. De este modo, los romanos asestaban el golpe de gracia a la única civilización capaz de arrebatarles la hegemonía en las costas mediterráneas. Sabedoras de que se habían librado para siempre de su eterna rival, a las tropas vencedoras no les tembló el pulso a la hora de borrar del mapa hasta el último vestigio de la última ciudad que podía hacerles sombra. Sobre sus escombros, los recién llegados erigirían una nueva colonia, concebida como la enésima muestra del poder y la pujanza de Roma. Dar nueva vida a la piedra: esa era la máxima con que los romanos justificaban su exacerbado canibalismo arquitectónico.

Sin embargo, y a pesar de que se esforzaron en eliminar cualquier evidencia que probara la existencia de Cartago, la arqueología ha recuperado para la historia la huella dejada por los cartagineses en la Península Ibérica.

De entre los restos localizados, destacan sin lugar a dudas los hallados en la actual Cartagena, antaño conocida como Qart-Hadast. Fundada por el general Asdrúbal en el año 229 a.C. —quien intuyó el gran valor estratégico que le confería su emplazamiento junto al mar—, la ciudad se convirtió en un importante centro comercial. Afortunadamente, aún sigue en pie una pequeña parte de su muralla en el Centro de Interpretación de la Muralla Púnica de Cartagena (en la imagen). Erigida a finales del siglo III a.C. e inspirada en la arquitectura helenística, esta antigua estructura defensiva conserva dos muros dispuestos en paralelo y formados por bloques de piedra arenisca de gran tamaño. En algunos tramos, la pared alcanza los tres metros de altura.

Molina de Segura es otra localidad murciana en la que han aparecido muestras de la actividad comercial de Cartago, concretadas en unas monedas del siglo III a.C. localizadas en el Fenazar. Algo similar ocurre con Barcelona, ya que en la montaña de Montjuïch se han hallado piezas numismáticas cartaginesas.

Mucho más interesante resulta el legado que dormitaba bajo el suelo de la antigua Gadir (Cádiz). En efecto, diferentes trabajos arqueológicos han sacado a la luz restos del llamado período bárcido (último tercio del siglo III a.C.), tales como ánforas tunecinas, vasos, fragmentos de cerámica, diferentes vestigios funerarios o parte de una fábrica de salazones, sita en la avenida de Andalucía, a la altura de la calle de la Ciudad de Santander. Por todo ello, parece demostrado que durante la etapa tardopúnica podría haber existido un núcleo urbano cartaginés en la zona. Del mismo modo, se han desenterrado restos anfóricos muy cerca de la capital gaditana, concretamente en los municipios de El Puerto de Santa María y San Fernando. En otra localidad andaluza, Carmona (Sevilla), también se conserva parte de un bastión erigido por Asdrúbal que fue declarado monumento histórico-artístico en 1906.

Ya en el otro extremo de Andalucía, convendría referirse al caso de Baria, en Villaricos (Almería), donde han aparecido vestigios de un poblado y de una necrópolis. Según algunas hipótesis, los habitantes de este enclave podrían haberse dedicado a la producción de salazones o a la minería.

Pero la imprenta cartaginesa en la Península no acaba aquí, ya que se han realizado otros descubrimientos igualmente reveladores. Son los siguientes: restos arqueológicos en el castillo de Santa Bárbara, en Monte Benacantil (playa del Postiguet, Alacant); una máscara de terracota (ca. 200 a.C.) recuperada en 2005 en El Vendrell (Tarragona) y muy similar a otras existentes en Eivissa (por lo que respecta al archipiélago balear, las huestes púnicas también llegaron a Menorca); diversas piezas desenterradas en Chiclana de la Frontera y depositadas en el Museo Arquelógico de Cádiz, y la factoría de Toscanos (siglos VIII-VI a. C.), sita en el término muncipal de Vélez Málaga.

En la actualidad, se están llevando a cabo prospecciones en diversos yacimientos próximos a los ríos Guadalquivir y Genil. La ubicación de los mismos, claramente alejada del mar, restaría legitimidad a la vieja hipotesis de que los púnicos sólo establecían colonias en el litoral para poder practicar la navegación de cabotaje, según advierte Alberto López Malax-Echevarría.

Ojalá dichas excavaciones sirvan para desentrañar este y otros misterios que aún planean sobre la presencia cartaginesa en el sur peninsular.