Los orígenes de San Valentín
Lejos de la vorágine consumista que inunda los centros comerciales cada 14 de febrero, el día de los enamorados posee, al igual que la mayoría de las fiestas del calendario gregoriano, un origen claramente ligado a la tradición cristiana.
Sin embargo, no hay que obviar que dicha corriente piadosa no hizo otra cosa que reinventar otra aún mucho más arcana y de carácter pagano, estrechamente relacionada con la fertilidad. Esta celebración, conocida como Lupercalia, tenía lugar cada 15 de febrero en la época imperial romana y perseguía incentivar la fertilidad de las parejas. Para ello, se procedía al sacrificio de diversos animales, con cuyas pieles se confeccionaban látigos que, según se creía, tenían la capacidad de sanar la esterilidad de aquellos y aquellas que eran flagelados con ellos.
A finales del siglo V, tras la desaparición del Imperio de Occidente, el papa San Gelasio (492-496) prohibió la ceremonia. Pese a todo, esta continuó celebrándose un día antes, el 14 de febrero, fecha en que se conmemoraba el martirio de San Valentín, acaecido en el año 270 d.C. y ordenado por el emperador Claudio II (268-270). Con el tiempo, los fieles atribuirían al malogrado sacerdote romano la virtud de proteger a las parejas, a causa de la influencia de los vetados festivales lupercalianos. Esta función había recaído anteriormente en el dios griego Eros, rebautizado por los romanos como Cupido.
En la Inglaterra de la Edad Moderna, ya se tiene noticia de fiestas relacionadas con el mito valentiniano, y en las que los chicos y chicas en edad de casarse trataban de encontrar a su media naranja.
Actualmente, la figura del santo comparte protagonismo con la manida imagen del corazón encarnado, entendido como signo del amor. Ante esta bicefalia simbólica, cabría preguntarse, pues, por el origen del convencionalismo iconográfico que nos ocupa, y que ha devenido una metáfora casi universal del amor y el cariño.
El cardiólogo Florencio Garófalo sitúa su génesis en escenarios tan remotos como las civilizaciones sumeria, china, hindú, egipcia, hebrea y romana. En todas ellas, el corazón era considerado como el epicentro del «entendimiento, el valor y el amor». Uno de los testimonios más antiguos que confirmarían esta aseveración habría que buscarlos, según este autor, hacia el 2500 a.C., fecha que se corresponde con la datación de un poema sumerio que ya se hace eco este simbolismo. Casi un milenio después, ca.1600 a.C., un papiro egipcio recoge la primera representación gráfica conocida de dicho órgano vital.
En relación a la creencia clásica de ubicar el raciocinio y el sentimiento en el corazón –en detrimento del cerebro- convendría referirse al mito del nacimiento de Atenea, diosa de la inteligencia. El hecho de que esta divinidad griega surgiera del cráneo de Zeus (a tenor de la mitología helénica) llegó a suscitar la hipótesis de que los griegos pudieron situar la fuente del intelecto en la cabeza. Esta deducción, no obstante, jamás gozó del respaldo académico.
Siglos después, el cristianismo acabaría asimilando la imagen del corazón al dolor experimentado por Cristo en la cruz.
En la imagen, punto de libro ilustrado con dos aves y un corazón (1784), conservado en la Barnes Foundation (Merion, Pennsylvania).
<< Home