Noche de brujas
Derivada de la expresión All Hallow’s Eve (víspera de Todos los Santos), Halloween entronca con antiguos ritos celtas y romanos. En el caso de este pueblo indoeuropeo, cabe señalar como antecedente el llamado Samhain, que tenía lugar entre finales de octubre y principios de noviembre, coincidiendo con el fin de la cosecha. El Shamhain estaba especialmente arraigado en las islas británicas y en la costa noroccidental de Francia.
Por otro lado, durante la época imperial, los romanos conmemoraban la festividad pagana de Feralia, dedicada al eterno descanso de los muertos. A su vez, los romanos también dedicaban una fiesta a Pomona, la diosa de las frutas, de marcado carácter lúdico.
Con este telón de fondo iría gestándose siglos después una leyenda ambientada precisamente en la noche de difuntos, y protagonizada por Jack, un truhan que hizo prometer al diablo que jamás tomaría su alma, circunstancia por la que fue expulsado del infierno tras su fallecimiento. De vuelta al mundo de los vivos, Jack utilizó para iluminar el camino una antorcha que ocultó en el interior de un nabo, con el propósito de evitar que el viento la apagara. De ahí la costumbre de vaciar una calabaza y colocar una vela en su interior.
Tampoco se debe perder de vista la figura de la bruja, un personaje apegado a la imaginería popular al que se le atribuyeron todo tipo de rituales de invocación para contactar con el alma de los muertos, llevados a cabo cada 31 de octubre al caer el sol.
Ya en el siglo XVIII, los inmigrantes irlandeses que acababan de llegar a Norteamérica popularizaron las tradiciones de Halloween en su tierra de acogida. Ésta, a su vez, las exportaría al resto del mundo occidental años después.
Esta fiesta anglosajona convive en nuestra sociedad con otros festejos típicos asociados a la fecha que nos ocupa, tales como las calbotadas o, en el caso de Catalunya, la castanyera. En este ámbito geográfico, también se degustan dulces típicos como las neules (barquillos) o los panellets (mazapanes).
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