Tuesday, June 30, 2009

Los exámenes, 1.000 años atrás

Coincidiendo con la época de exámenes por antonomasia, este post reproduce un curioso fragmento en el que Dolors Folch (2005) detalla cómo eran las pruebas de acceso al funcionariado en China durante la dinastía Song (960–1279). El texto es la traducción de una obra en catalán.

«La explosión comercial del país, liberado sin duda de la aristocracia antigua que se había perpetuado hasta la finalización de la dinastía Tang, pide también un nuevo marco político y administrativo: la sumisión militar al poder civil, asegurada ya desde los inicios de la dinastía, se acompaña de la sustitución de la aristocracia por una meritocracia reclutada a través de los exámenes.

Los Song no levantaron su imponente aparato administrativo de la nada: la selección de candidatos para cargos decisivos se venía practicando desde los Han, que combinaban la recomendación —que era el sistema más general— con las pruebas objetivas. Los Tang, y en especial Wu Zetian, dio mucha más amplitud a los exámenes, fijando pautas para las pruebas y cánones para los contenidos, implantando un sistema de nueve grados que determinaba los sueldos de los funcionarios, y asegurando reválidas periódicas que controlaran las aptitudes de los nuevos cargos.

Los Song perfeccionaron todo el sistema, creando de hecho las bases del Estado moderno no sólo en China, sino también en el resto del mundo: la organización de los Estados actuales se remonta en muchos aspectos al sistema que perfeccionaron los Song.

Los exámenes se convierten ahora en la forma más importante de acceder al poder político y administrativo y se realizan en tres niveles graduales: en la prefectura, en la capital y en el palacio imperial, y a partir del 1065 se hicieron regularmente cada tres años.

Los exámenes medían el nivel pero no garantizaban el trabajo, aunque los que obtenían las notas más altas en los exámenes de palacio tenían garantizado un cargo importante. Los exámenes estaban abiertos a todo el mundo —excepto algunas profesiones como la de monje budista o taoísta, artesano o comerciante—, pero que requerían de hecho de una larga preparación que excluía a la inmensa mayoría de la población, formada por campesinos casi analfabetos. Pese a todo, la China del siglo X tenía una movilidad incomparablemente superior a la de cualquier otro país del mundo, y una proporción considerable de sus funcionarios procedían de familias medias o humildes.

Los jóvenes que destacaban en el estudio recibían frecuentemente financiación de las gentes de su propio lugar de origen, empujados por la esperanza de la protección que su triunfo proporcionaría a todos. [...]

El proceso era enormemente selectivo y tendía a reducir el número de titulados a unas cuotas prefijadas: nadie podía pasar el primer nivel —el del examen de la prefectura— fuera de su propio lugar de origen, y todos los niveles tenían plazas limitadas de acceso. En el momento del examen, el rigor era extremo: las pruebas duraban horas o días, según el nivel, y los candidatos —que traían consigo comida y un saco de dormir— permanecían encerrados en las celdas de examen para evitar las trampas. El sistema intentaba también paliar las preferencias de los examinadores: las hojas llevaban un número, y no el nombre del candidato, y una vez entregados los exámenes un cuerpo de escribas los copiaba para evitar así que el tribunal reconociese la caligrafía del candidato.

La selectividad era fortísima: menos de un 10% de los candidatos aprobaban los exámenes de la prefectura, y todavía menos los de la capital.»

En la imagen, ilustración de 1607 en la que se muestran una celdas de exámenes correspondientes a la dinastía Ming (1368-1644). Fuente: http://www.froginawell.net.