Wednesday, July 29, 2009

Historia de las relaciones comerciales entre China y otros países

La eclosión económica que experimenta China —y que se traduce un crecimiento medio del PIB en torno al 8% en los últimos años— está empujando a un gran número de empresas occidentales a interesarse por el gigante asiático. Sin embargo, estas relaciones mercantiles de nuevo cuño vienen a sumarse a una larga tradición de intercambios culturales y económicos entre el Imperio del Centro y otros territorios. Un escenario, en definitiva, que se remonta más de dos milenios atrás y que, a lo largo de los siglos, se ha visto obligado a sobreponerse a toda suerte de altibajos.

Pese a que se tiene constancia de la relación establecida entre las penínsulas chinas de Shandong y Liaoning con Corea ya en la época prehistórica, la génesis de las grandes rutas comerciales no llegaría hasta el reinado de los Han Anteriores, 西王母 (206 aC-9 d.C.). Aunque pueda resultar paradójico (de hecho, esta dinastía hereda de sus predecesores, los Qin, el espíritu antimercantilista de los legistas), durante este período se iniciaron los contactos comerciales con otros pueblos, gracias a una política diplomática que también incluía acuerdos militares y matrimoniales. Esto explicaría por qué las tribus nómadas próximas a los dominios Han adoptaron su modelo organizativo (Folch, 2005).

La causa de dicha apertura al exterior, no obstante, radica en la amenaza que representaba para los chinos los xiongnu (匈奴), un pueblo nómada y ganadero asentando en la actual Mongolia. Pese a que los Han se decantaron inicialmente por establecer relaciones amistosas (hequin) con ellos mediante el envío regular de obsequios, los desorbitados costes de esta política pronto obligaría a China a combinar la estrategia mencionada con la conquista militar. Así, el emperador Han Wudi (157-87 a.C.) auspició una expedición destinada a localizar y establecer una alianza con los yuezhi, un pueblo enemistado con los xiongnu que vivía al noroeste de la India. Gracias a esta misión, su líder, el general Zhang Qiang, descubrió que los productos chinos (sobre todo la seda) gozaban de gran aceptación más allá de los Pamires. Además, informó de la existencia de 36 reinos sitos al oeste de China con un ingente potencial comercial. La política expansionista de los Han también suposo el descubrimiento de rutas que interconectaban el sudeste asiático, India y Asia Central y la propia China. De este modo, el Imperio no tardaría en expandirse hasta Mongolia, el desierto del Taklamakán y el corredor del Gansu.

A pesar de que el breve reinado de Wang Mang (9 d.C.-25 d.C.) supuso un retroceso en términos de expansión territorial, la llegada al trono de los Han Posteriores, 後漢朝 (25-220), y el notable papel ejercido por el general Bao Chao posibilitarían la recuperación del Gansu y el Taklamakán. A su vez, los ejércitos chinos atravesaron los Pamires y conquistaron, en el año 102 de nuestra era, el valle de Ferghana (actualmente Uzbekistán, Kirguizistán y Tajikistán), hasta llegar al golfo de Arabia. Nunca el mundo oriental y el occidental habían estado tan cerca de conectar.

Los escenarios descritos, además, facilitaron la introducción de una nueva corriente religiosa procedente de la India: el budismo. Como advierte Gernet (1991), el ideario budista penetró en China en el siglo I d.C. gracias a las rutas comerciales de la época, puesto que las comitivas de mercaderes solían ir acompañadas de monjes. Como focos de penetración, el autor señala el rosario de oasis que comunicaban la cuenca del Amu Daria y el Gansu y, de forma algo más tardía, las rutas marítimas entre el Índico y el sudeste asiático.

Con este telón de fondo, los Han Posteriores asistirían al nacimiento de la Ruta de la Seda, una red de rutas comerciales que unían Europa y Asia, y que se extendía desde la capital del Imperio chino, Chang’an (hoy Xi’an) hasta Constantinopla (Estambul), pasando por otra importante ciudad emplazada en la actual Turquía: Antioquía. Como apunta Uhlig (1994), el enorme interés que mostraron los romanos por la seda, un producto que sólo producían los chinos, sirvió para bautizarla (el nombre fue acuñado por el varón Von Richthofen el 1870) y espolear este trayecto, que también acogía el transporte de otras mercancías, por lo general exóticas o de lujo. Entre ellas, se contaban las piedras y los metales preciosos (preferentemente oro y plata), tejidos, perfumes, tintes, vidrio y marfil. Estos productos, que eran importados por los chinos, procedían tanto de Europa como de aquellos países que acogían el paso de la Ruta, o bien de aquellos estados con rutas secundarias que desembocaban en el trazado principal. Asimismo, el gigante asiático se servía de este itinerario para exportar seda, cerámica, papel, bronce, hierro, laca, porcelana, pieles y especias.

Sometida parcialmente al control de la dinastía de los omeyas desde el siglo VII (aspecto que contribuyó a su debilitamiento), la Ruta de la Seda continuó vigente hasta el siglo XV, momento en que fue relevada por los grandes circuitos marítimos y herida de muerte por las campañas militares otomanas, no sin antes haber sido transitada por europeos (siglo XIII).

Bajo el reinado de los Song, 宋朝 (960-1279), los productos de la tierra empezarían a comercializarse por vez primera al lado las mercancías exóticas. Además, la necesidad de vender los excedentes del campo motivó una mejora de los transportes por vía terrestre y marítima. Esta circunstancia reactivaría la circulación monetaria, introduciría un nuevo elemento de contabilidad en China (el ábaco), propiciaría el nacimiento del papel moneda el siglo XI y obligaría a implementar un sistema de tasas sobre el comercio exterior. El verdadero auge de éste, pese a todo, tuvo que esperar a la unificación del Imperio mongol (1206-1405), hito que precedería una etapa de prohibición del comercio con potencias foráneas so pena de muerte (a pesar de los esfuerzos de los portugueses, en pleno siglo XVI, por burlar esta restricción e implantar su comercio marítimo en la costa cantonesa): la era Ming, 明 (1368-1644).

Sin ánimo de menoscabar las excepcionales campañas navales encabezadas a principios del siglo XV por el eunuco musulmán Zheng He (que se saldaron con la llegada de productos y animales exóticos a China), el país se cerró al mundo exterior, hecho que se vería agravado por la desaparición de la Ruta de la Seda (Uhlig, 1994: 246). Durante la última dinastía imperial, los Qing, 秦 (1644-1911), crearon un ineficiente sistema de aranceles que gravaba el comercio extranjero (y que les reportaba una quinta parte del valor de las mercancías), así como cuatro aduanas Guangdong, Fujián, Zheijián y Jiangsu. Esto los perjudicaría el siglo XIX, momento en que el país se integraría en las redes comerciales europeas plenamente. En este sentido, fueron determinantes las dos guerras del Opio (que tuvieron lugar de 1839 a 1842 y de 1856 a 1860, respectivamente), en las que la victoria de las tropas británicas dieron el pistoletazo de salida a un período de intercambios comerciales en condiciones desiguales, y en los que China sería objeto de un permanente agravio.

Tras las dos guerras mundiales, la implantación del comunismo en el gigante asiático de la mano de Mao Zedong y el progresivo aislacionismo en el que se postraría el país (dando incluso la espalda a la URSS), la economía del país viviría años de autarquía hasta la década de 1970 (momento en que el presidente estadounidense Richard Nixon optó por establecer lazos diplomáticas con la China continental) y, sobre todo, hasta la muerte de Mao, acaecida en 1976. Tras su desaparición, la llegada al poder de Deng Xiaoping (mucho más pragmático que su predecesor) coincidiría con un período de apertura, crecimiento y transformación que aún no se ha detenido. Bajo la etiqueta de «socialismo con características chinas», el Imperio del Centro combina en la actualidad elementos propios de la economía de mercado con otros que corresponden a una economía planificada, un fenómeno que se ha hecho extensible al ámbito del comercio internacional, especialmente desde el ingreso de la República Popular de China en la Organización Mundial del Comercio (2001).

En la imagen, Kublai Khan ofreciendo su sello de oro a Marco Polo. Pintura miniada en pergamino de la escuela francesa, obra del maestro de Boucicaut (activo entre 1390 y 1430) (Biblioteca Nacional, París, Francia).