Wednesday, March 31, 2010

Recomendaciones para una escapada a Asturias (y III): iglesias prerrománicas, reserva de Somiedo y el occidente asturiano

En la tercera jornada del viaje, llega el momento de admirar tres joyas del prerrománico astur sitas en Oviedo.

La primera de ellas, la iglesia de San Julián de los Prados, se halla en el barrio del Pumarín —bordeando la autovía A-66— y fue erigida entre los años 812 y 842 por Alfonso II el Casto, a unos 800 m del antiguo núcleo amurallado. El templo —la mayor construcción prerrománica de cuantas se conservan (30 m de largo por 25 de ancho) y una de las más antiguas del mundo— formaba parte de un complejo iniciado por orden del monarca en el año 830 y constituido por diversas estancias palaciegas y una iglesia. Años más tarde, el 5 de septiembre del 896, Alfonso III el Magno donó esta última a las autoridades eclesiásticas ovetenses. También conocida como Santullano (del latín Sanctus Iulianus), la parroquia se alzaba en honor de los santos esposos Julián y Basilisa.
La primera restauración tuvo lugar en el siglo XII, y conllevó la supresión del pavimento original. Quinientos años después, con el propósito de embellecerla, la iglesia albergó nuevos trabajos de mejora encabezados por Fortunato de Selgas, quien dejaría al descubierto su primitivo aspecto prerrománico. Gracias a él, volvieron a ver la luz las pinturas murales interiores, que habían permanecido ocultas durante centurias. Ya en 1917, San Julián de los Prados fue declarada Monumento Histórico-Artístico y, tras el fin de la Guerra Civil, Luis Menéndez Pidal acometería nuevas obras de mejora en el edificio, a la que seguirían otros tantos trabajos de restauración. Entre 1979 y 1984, se llevaría a cabo la última intervención sobre los frescos y, en 1998, la UNESCO incorporaría la iglesia a la Lista del Patrimonio Mundial.
El edificio presenta una planta basilical muy similar a la de los antiguos templos paleocristianos, con tres naves separadas por arcos de medio punto sobre pilares, transepto y cabecera tripartita con capillas rectangulares cubiertas con bóvedas de cañón. Los techos son de madera, y en el pórtico de acceso a la iglesia se conservan nueve vigas grabadas con motivos geométricos. Asimismo, en el interior de la capilla mayor se emplean arquerías ciegas y, en el exterior, numerosos contrafuertes. Igualmente atractiva resulta la tracería de sus ventanas. Sin embargo, lo más remarcable de San Julián de los Prados son sus pinturas, sin duda el conjunto más representativo y mejor conservado de toda la Alta Edad Media en España. Los muros y bóvedas están recubiertos con dibujos geométricos, vegetales y arquitectónicos, rasgo que la convierte en un caso único en Europa occidental. Finalmente, sobre su altar, pende una hermosa talla románica (elaborada entre finales del siglo XII o principios del XIII) con la imagen de un Cristo crucificado.
De octubre a abril, la iglesia abre sus puertas únicamente los lunes (de 10.00 a 13.00 h) y de martes a sábado (de 9.30 a 11.30 h), excepto los festivos. Durante el resto del año, sin embargo, también es posible visitarla por la tarde (de martes a viernes, de 16.00 a 17.30 h, y los sábados, de 15.30 a 17.00 h). El precio de la entrada es de 1,2 euros.
Tras visitar San Julián de los Prados, la siguiente parada es la falda del idílico monte del Naranco, situado a 3 km del núcleo urbano de Oviedo y al que se puede acceder por carretera a través de la avenida de los Monumentos. El primer edificio que se erige a los pies de esta colina es la iglesia de Santa María del Naranco. En el momento de su construcción (848), no obstante, ésta fue concebido como palacio de recreo y descanso —o bien como pabellón de caza o aula regia— del rey Ramiro I (ca. 790-850). El edificio consta de dos pisos, distribuidos en un cuerpo central y dos laterales más estrechos y cubiertos mediante bóvedas de cañón (excepto en el caso de los laterales del nivel inferior, realizados en madera). En la planta inferior, mucho más parca en cuanto a decoración, se encuentra una sala de baños, mientras que la superior pudo albergar en sus orígenes un salón de fiestas. Pese a todo, la mansión real se convirtió en templo de culto en el mismo siglo en que fue erigida.
Ha sido considerada por muchos historiadores como la creación más singular del arte prerrománico, dada su esbeltez y la profusa decoración de sus piedras. Sus bóvedas se reforzaron con arcos fajones, que se apoyan en haces de semicolumnas adosadas al muro interior. Sus capiteles, de influencia bizantina, están ornados con motivos antropomorfos, geométricos y vegetales, mientras que los fustes presentan el característico sogueado, un rasgo definitorio del llamado estilo ramirense. En el exterior, el templo encuentra el apoyo en contrafuertes. La técnica descrita fue introducida en la Península por los romanos y, asimismo, se cree que la estructura del edificio podría derivarse de la villa romana tradicional, dotada de pórtico, cuerpo central y alas. Por último, cabe resaltar los dos espléndidos miradores situados en la planta superior de la iglesia y jalonados con arcos peraltados y capiteles corintios. Uno de estos miradores alberga la reproducción de un altar de época (el original se halla actualmente en el Museo Arqueológico Provincial). En el ámbito ornamental predominan el bajorrelieve, los discos labrados y las figuras zoomórficas y humanas.
A unos 150 m de Santa María del Naranco se eleva la segunda iglesia del complejo: San Miguel de Lillo, diseñada por el mismo arquitecto que proyectó la primera. El templo destaca por su esbeltez: de hecho, la altura del edificio triplica la de la nave central, que fue mucho más prolongada en sus orígenes. La cubierta es totalmente abovedada, mientras que la cabecera está rematada con un triple ábside. El pórtico presenta una tribuna que era utilizada por los reyes para seguir los oficios religiosos. Del mismo modo, destacan las bóvedas de las naves laterales —separadas de la nave central por columnas de fuste grueso— y ubicadas en sentido transversal al eje de la iglesia. Éstas aún evidencian restos de policromía. Desde el punto de vista de la decoración, destacan el diseño de las celosías, labradas en bloques monolíticos, y los relieves de las jambas. Éstos se inspiran en un díptico consultar del siglo VI (conservado hoy en San Petersburgo), y retratan al cónsul presenciando una escena circense, donde aparece un equilibrista con bastón y un domador acompañado de un león.
La iglesia sufrió un derrumbe importante, especialmente en el flanco oriental, posiblemente en los siglos XIII, XIV o XVIII. Es probable que las tareas de reconstrucción no respetasen la planta original, y actualmente se están llevando a cabo trabajos para dirimir esta cuestión. Este templo, así como el de Santa María del Naranco, forman parte del Patrimonio de la Humanidad desde 1985. Para más información acerca de los horarios de las visitas guiadas, se recomienda consultar el siguiente enlace.
Por la tarde, tomando la autovía A-63 en dirección a Grado, y continuando por la carretera AS-228 —accediendo a ella a la altura de Trubia— se alcanza el Parque de la Prehistoria de Teverga, un complejo sito en la Reserva Natural de Somiedo y en el que pueden visitarse las reproducciones de tres cuevas con pinturas prehistóricas (las asturianas Tito Bustillo y Candamo y la francesa Niaux), así como de algunos de los ejemplos más célebres de pinturas parietales, incluyendo las de Altamira, en Cantabria. A través de proyecciones y plafones explicativas, además, el visitante puede familiarizarse con la técnica y la cronología de estas manifestaciones artísticas. Además, el complejo también organiza actividades infantiles.
Ya de regreso a Oviedo, vale la pena detenerse en la localidad de Proaza y contemplar la imponente torre erigida por Diego Vázquez de Prada en 1495, de planta circular y declarada Monumento Histórico-Artístico en 1965, o el cercado osezno, en el que dos osas —Tola y Paca— viven en semilibertad, rodeadas de un entorno natural incomparable.
El último día de estancia en Asturias puede aprovecharse para concer al castro mejor conservado del Principado: el Castelón de Coaña (foto). A éste se accede a través de la autovía del Cantábrico (la A-8, sentido A Coruña), tomando desvío de 5 km a la altura de Navia (carretera AS-12). Su notoriedad se debe a lo temprano de su descubrimiento, así como a la gran extensión excavada a lo largo de 200 años de intervenciones. Este castro fue construido sobre una pequeña colina y delimitado por una robusta muralla, a la que precedía en todo su perímetro un foso excavado en la roca, oculto en la actualidad bajo la ruina de la primitiva cerca. Hasta el momento, se han recuperado 82 cabañas realizas con lajas de pizarra y arcilla que se distribuyen sobre la ladera nororiental, en el llamado Barrio Norte. Éstas son, en buena parte de los casos, de planta circular —provistas de vestíbulo— o rectangulares, con esquinas redondeadas, como la casa comunal, que es la que ostenta mayores dimensiones. Corona el conjunto un gran torreón y el último acceso al recinto, en el que aún son visibles huellas de carros. El núcleo más singular del poblado, no obstante, es el llamado Recinto Sacro, que se extiende al pie de la Acrópolis (zona destinada probablemente a ritos religiosos), donde se han descubierto dos saunas de tipo castreño (un caldarium y un frigidarium), previas a la romanización y readaptadas durante el período imperial, a partir del siglo I d.C. Este tipo de construcciones únicamente se han localizado en Portugal, Galicia y Asturias, y fueron interpretadas durante mucho tiempo como hornos crematorios. A 1 km del castro se halla una estela discoidal de significado incierto, aunque se la ha vinculado al sol y a los cultos a la fecundidad.
En invierno, el yacimiento está abierto al público todos los días (hasta las 15.30 h), excepto los lunes. El resto del año, también se puede visitar por la tarde.
Finalmente, ya de vuelta a la capital asturiana, vale la pena desviarse, a la altura del municipio de El Pito, hasta la pintoresca localidad de Cudillero. El principal atractivo de este pueblo —en el que sus habitantes hablan una variante del bable, el denominado pixueto— es el emplazamiento escalonado de sus casas en ladera de la montaña, y su puerto, situado casi en el interior de la plaza de la Marina, copada por terrazas y tabernas de pescadores. Entre su patrimonio monumental, conviene reseñar el Humilladero (el edificio más antiguo de la villa), así como las iglesias de San Pedro y de Jesús Nazareno.