Monday, February 23, 2009

Españoles que han ganado un Oscar (actualización 2009)

El Oscar obtenido anoche por Penélope Cruz (1974) —que la distingue como mejor actriz de reparto por la comedia Vicky Cristina Barcelona (2008), de Woody Allen— eleva a 18 el número de estatuillas logradas por españoles a lo largo de la historia.

Es por ello que se vuelve a publicar un post creado en 2007, pero que ha ido actualizándose año tras año para dar cabida a las novedades registradas en el palmarés de los premios.

Los 18 trofeos logrados por españoles hasta la fecha se traducen en 19 personas galardonadas, teniendo en cuenta que dos de ellas han logrado alzarse con el preciado reconocimiento en un par de ocasiones. El primero es el director artístico asturiano Manuel Gil Parrondo (Luarca, 1921), quien consiguió sendos Oscars por su trabajo en Patton (1970) y Nicolás y Alejandra (1971), dirigidas por Franklin J. Schaffner. El segundo es Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, Ciudad Real, 1951), realizador de Todo sobre mi madre (filme que obtuvo el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 2000) y Hable con ella (ganadora del premio al mejor guión original en 2003 y por la que Almodóvar también estuvo nominado como mejor director). Además, el cineasta ya se había quedado con la miel en los labios en 1989, cuando la comedia Mujeres al borde de un ataque de nervios quedó finalista en la categoría de mejor filme extranjero.

Sea como fuere, el primer español en lograr una de las distinciones de la Academia de Hollywood fue Juan de la Cierva Hoces (1929), hijo del historiador y ex ministro Ricardo de la Cierva y sobrino de Juan de la Cierva, inventor del autogiro. Éste fue premiado en 1970, dentro de la categoría de mejor contribución técnica a la industria cinematográfica durante 1969, por la creación de un estabilizador óptico o dynalens, empleado para eliminar los efectos de movimiento, vibración y desenfoque de las cámaras.

Ese mismo año, Antonio Mateos recibió un Oscar por los decorados de Patton, mientras que Antonio Cánovas del Castillo sería premiado en 1971 por el vestuario de Nicolás y Alejandra. En 1973, el realizador turolense Luis Buñuel (1900-1983) se alzaría con el premio por la película francesa El discreto encanto de la burguesía (mejor filme de habla no inglesa) y, un lustro después, el barcelonés Néstor Almendros (1930-1992) obtendría la estatuilla por la dirección fotográfica de Días del cielo, dirigida por Terrence Malick.

En 1983, el cineasta madrileño José Luis Garci (1944) consiguió con Volver a empezar el premio a la mejor película de habla no inglesa (ámbito en el que volvió a ser nominado en 1984, 1987 y 1999 por Sesión continua, Asignatura aprobada y El abuelo, respectivamente). Más adelante, hicieron lo propio Fernando Trueba (1955), por Belle Époque (1994), y Alejandro Amenábar (1972), por Mar adentro (2005), una adaptación de la vida del malogrado tetrapléjico gallego Ramón Sampedro que también quedó finalista en la categoría de maquillaje.

Ya en 2007, la española Pilar Revuelta y el mexicano Eugenio Caballero obtuvieron el Oscar a la mejor dirección artística por la coproducción hispano-mexicana El laberinto del fauno (2006), de Guillermo del Toro. Este mismo filme les supuso a los catalanes David Martí y Montse Ribé el premio al mejor maquillaje. Además, la película se llevó el galardón a la mejor fotografía, gracias al mexicano Guillermo Navarro. De este modo, el filme consiguió materializar tres de las seis estatuillas a las que optaba. Menos suerte tuvieron Penélope Cruz —nominada como mejor actriz principal por Volver (2006), de Almodóvar— y los cineastas Javier Fesser y Borja Cobeaga, cuyos cortometrajes (Binta y la gran idea y Éramos pocos, respectivamente) también aspiraban al Oscar. En 2005, otro español, Nacho Vigalondo, había estado nominado en esta misma categoría por 7:35.

La edición de los Oscar de 2008 se saldaría con dos nuevos trofeos para el cine español. Por un lado, la Academia concedió a Víctor González, Ángel Tena e Ignacio Vargas, integrantes de Next Limit Technologies, el Oscar a la mejor contribución técnica. El detonante del triunfo fue el programa informático RealFlow, un simulador de fluidos para filmaciones de animación en 3D. El segundo galardón fue a parar a manos del canario Javier Bardem (1969), quien fue distinguido como mejor actor secundario por su intervención en No es país para viejos (2007). En la cinta, un thriller rubricado por los hermanos Coen, el actor canario dio vida a Anton Chigurh, un asesino en serie. No obstante, el intérprete ya había optado al premio en 2001 con un papel protagonista: el de Reinaldo Arenas en Antes que anochezca, de Julian Schnabel.

La ceremonia del pasado año podría haber culminado con un tercer Oscar español, ya que el compositor Alberto Iglesias aspiraba a imponerse en la categoría de mejor banda sonora por Cometas en el cielo. La victoria, sin embargo, recayó en la película Expiación. Lo mismo le ocurrió en 2006, cuando fue nominado por la música de El jardinero fiel.


Todos los vencedores

Juan de la Cierva Hoces, mejor contribución técnica (1970)

Manuel Gil Parrondo, mejor dirección artística por Patton (1970)

Antonio Mateos, mejor decorado por Patton (1970)

Manuel Gil Parrondo, mejor dirección artística por Nicolás y Alejandra (1971)

Antonio Cánovas, mejor vestuario por Nicolás y Alejandra (1971)

Luis Buñuel, mejor película extranjera por El discreto encanto... (1973)

Néstor Almendros, mejor dirección de fotografía por Días del cielo (1978)

José Luis Garci, mejor película extranjera por Volver a empezar (1983)

Fernando Trueba, mejor película extranjera por Belle Époque (1994)

Pedro Almodóvar, mejor película extranjera por Todo sobre mi madre (2000)

Pedro Almodóvar, mejor guión original por Hable con ella (2003)

Alejandro Amenábar, mejor película extranjera por Mar adentro (2005)

Pilar Revuelta, mejor dirección artística por El laberinto del fauno (2007)

David Martí y Montse Ribé, mejor maquillaje por El laberinto del fauno (2007)

Guillermo Navarro (mexicano), mejor fotografía por El laberinto del fauno (2007)

Next Limit Technologies, mejor contribución técnica (2008)

Javier Bardem, mejor actor secundario por No es país para viejos (2008)


Penélope Cruz, mejor actriz secundaria por Vicky Cristina Barcelona (2009)

Sunday, February 22, 2009

Obras clave de la literatura japonesa clásica

A la hora de estudiar la historia de la literatura en Japón, la bibliografía occidental propone dos grandes etapas: el período clásico, que abarca desde el siglo V d.C. —coincidiendo con la aparación de los primeros textos escritos en lengua nipona, mediante la utilización de los caracteres chinos— hasta la finalización de la etapa Edo o Tokugawa en 1867, y el período moderno, que comprende desde los albores de la era Meiji (1867-1912) hasta el momento actual.

Las líneas que siguen ofrecen un sucinto resumen de la primera etapa, sin duda la más desconocida lejos del ámbito de Asia Oriental, aunque también la menos remarcable por lo que respecta a su calidad literaria.

Tomando como base la clasificación cronológica propuesta por Nolla y Suzuki (coord. Carles Prado, 2005), el período clásico se subdivide en cuatro fases:
  • Jōdai (o edad antigua). Se extiende desde el siglo V d.C. hasta el año 794, comprendiendo las épocas Yamato (concluido en 710) y Nara (710-794).
  • Chūko (o baja edad media). Abraza todo el período Heian (794-1129).
  • Chūsei (o alta edad media). Corresponde a las etapas Kamakura (1192-1333), Muromachi ( 1333-1573) y Momoyama (1573-1603).
  • Kinsei (o pasado reciente). Comprende el período Edo (1603-1867).

El nacimiento de la literatura nipona tuvo lugar durante el período Jōdai, momento en el que aparecieron las primeras canciones y poemas en japonés, claramente bajo el influjo de la vecina China. No obstante, la obra más antigua que ha llegado hasta nuestros días es una crónica histórica del país: Kojiki (o Memoria de los sucesos de la humanidad), en la imagen. Según el prólogo del libro, éste fue presentado por O no Yasumaro, basándose en una historia memorizada por Hieda no Are en 712. Meses más tarde, en 713, surge por decreto imperial Fudoki, que contenía datos geográficos del archipiélago y alusiones a sus tradiciones. Pocos años después, en 720, aparecería una obra de temática similar: Nihonshoki (o Anales de Japón). Ambos compendios convivieron en el tiempo con poemas en japonés de notable calidad artística. De ellos, unos 4.500 se recopilaron hacia 760 en el Manyōshū (o Colección de 10.000 hojas). Incluso hoy, la obra referida está considerada como la mayor antología literaria de la literatura nipona.

La segunda fase del período clásico, la etapa Chūko, se caracterizó, como apuntan Ferrer y Cañuelo (2002), por un claro protagonismo de las mujeres en la corte —una circunstancia similar, como afirma Folch (2005), a la acontecida durante la dinastía china Tang (618-907). Además, asiste al nacimiento del silabario hiragana, inspirado en los caracteres chinos, aunque más estilizados.

Durante esos años, destacó la prosa por encima de la poesía, mientras que la temática predominante fueron las escenas amorosas y las escenas cotidianas. En 905, comenzó a compilarse la antología Kokinshu (Poesías antiguas y modernas), que recogía algunas de las mejores composiciones escritas durante los últimos 150 años, y que constituye la primera antología del género poético waka. En cuanto a la prosa, cabe remarcar Ise-monogatari (Cantares de Ise), uno de los títulos clave de la literatura japonesa clásica. En él se describe la vida de la nobleza de Kyoto, la capital del país. Le siguieron Taketori-monogatari (Cuento del recolector de bambú), del siglo X, considerada como la primera obra novelística japonesa, y, a comienzos del XI, Makura No Soshi (Libro de la almohada), de la emperatriz consorte Sei Shonagon (966- ca. 1020), una colección de cuentos basados en el día a día de la autora y en sus sentimientos. Sin embargo, la obra más remarcable del período Chûko es Genji-monogatari (Romance de Genji). Fue escrita por la escritora nipona Murasaki Shikibu (ca. 978-ca. 1014) y, a lo largo de 4.000 páginas, relata la vida del hijo de un emperador japonés. Ya en los primeros compases del siglo XII, vería la luz Konjaku-monogatari (Cuentos de antaño), que incluía más de mil relatos chinos, indios y nipones.

Dentro del período Chūsei, conviene reseñar piezas como Heike-monogatari (Cantar de Taira), correspondiente a la primera mitad del siglo XIII. Escrita por monjes, se hace eco de las luchas internas en el seno de la familia Taira, instauradores del feudalismo en Japón. No obstante, la obra fundamental de la etapa que nos ocupa es Tsurezure-gusa, rubricada por el también monje Yoshida Kenko (1283-1350). Se trata de una serie de anécdotas, reglas palaciegas y reflexiones del autor. Asimismo, cabría referirse a la eclosión de un nuevo género dramático: el teatro , dirigido a las clases aristrocráticas. En el marco poético, a su vez, se compiló en 1205 por deseo de la corte Shin Kokin-wakashū (Nueva colección de poesía antigua y moderna). Consagrada al waka, es la octava de 21 antologías imperiales.

Finamente, ya en la etapa Kinsei, Japón se encontró aislado del mundo debido a un edicto imperial (la sakoku) de 1639, que prohibía los contactos de Japón con el resto del mundo (aunque China, Holanda y Corea —ésta por vía diplomática— continuaron relacionándose con el archipiélago). A lo largo del reinado de la dinastía Tokugawa, caracterizado por una gran estabilidad política y una floreciente prosperidad económica, surgieron nuevos géneros literarios, como el teatro de marionetas o kabuki, de corte popular, la poesía haikai (rebautizada a posteriori como haiku, de 17 sílabas) o, en lo que atañe a la novela, los llamados libros del mundo flotante o ukiyo-zōshi. A su vez, emergieron autores remarcables en los géneros poético, narrativo y literario. En poesía, brilló Matsuo Bashō (1644-1694), que elevó el haikai a su máximo esplendor, mientras que en ámbito del teatro kabuki hizo lo propio Kawatake Mokuami (1816-1893). En el campo de la novela, sobresalieron Kanagaki Robun (1829-1894), autor en 1860-1861 de Kokkei Fuji mōde (Peregrinaje cómico por el monte Fuji), y, sobre todo, Saikaku Ihara (1642-1693), artífice del relato erótico-constumbrista Hombre lascivo y sin linaje (1682). En lo que respecta a la historiografía no hay que obviar la figura del político y escritor Arai Hakuseki (1657-1725).

Saturday, February 21, 2009

Breve historia del carnaval

Como cada año, y durante los cinco días anteriores al miércoles de ceniza, el mundo occidental se echa a la calle para festejar una de las tradiciones más arraigadas y coloristas del calendario: los carnavales.

Pese a su innegable popularidad, no obstante, las primeras manifestaciones de esta festividad presentan un origen difuso, hasta el punto de que la historiografía aún no ha sido capaz de precisar sus verdaderas raíces. Incluso la misma etimología del término resulta ambigua. Aunque con toda probabilidad deriva de la expresión latina carnelevarium —«quitar la carne», en relación a la prohibición cuaresmal de ingerir este alimento— o carnes tollĭtas —de idéntico signficado, en el caso del carnestoltes catalán—, la palabra carnaval podría estar ligada la etapa grecorromana. De hecho, se tiene constancia de una celebración, iniciada hacia el siglo VI a.C., en la que se paseaba por las ciudades un barco con ruedas (en latín, carrus navalis) mientras los ciudadanos bailaban a su alrededor. La fiesta referida sería, en cualquier caso, una clara antecesora de las actuales rúas.

El mismo problema se plantea a la hora de fijar los precedentes de esta festividad. Algunas fuentes consultadas los sitúan en el Paleolítico (hasta el 8000 a.C.), y lo vinculan a los rituales precedidos por la caza. Interpretando algunas pinturas parietales de la época, es posible que, tras la captura de un animal, el cazador se vistiera con las pieles de su presa e imitase sus movimientos mediante una danza ritual. Posteriormente, con la irrupción de las actividades agrícolas, los historiadores aluden a festejos asociados al período estival y anteriores a la era cristiana, en los que los campesinos, ataviados con máscaras y con el cuerpo pintado, bailaban en derredor de una hoguera para ahuyentar a los malos espíritus. Se trataba, por tanto, de rituales relacionados con el calendario astronómico, los ciclos de la naturaleza y la fertilidad de la tierra.

No obstante, los primeros antecedentes del carnaval en sentido estricto parecen ligados a las civilizaciones sumeria y egipcia, hacia el año 3000 a.C. En el caso de los tierras del Nilo, se llevaban a cabo ritos dedicados a Apis (divinidad solar protectora de la fertilidad, representada por un buey). En ellos, se empleaban disfraces y máscaras para facilitar la integración de los diferentes estratos sociales. Esta fiesta sería adoptada por los griegos y, posteriormente, por los romanos, quienes dedicaron una procesión a otra diosa nilótica: Isis, a la que también se rindió culto en Hispania. Al mismo tiempo, Roma adoptó festejos similares en honor a otras dos deidades: Baco, dios del vino, y Cibeles, diosa del fertilidad. Durante las mismas, y a lo largo de varias jornadas, gentes de toda condición social se unían para bailar al aire libre, llegando a emplear también disfraces y máscaras (predecesoras de los antifaces de hoy) para que los participantes no puedieran reconocerse mutuamente. Siglos después, este tipo de celebraciones serían heredadas por los pueblos celtas y germánicos.

Ya en la Edad Media, con la propagación del cristianismo por toda Europa y el veto a la ingesta de carne durante a los 40 días de la Cuaresma (tiempo litúrgico de estricto ayuno, abstinencia sexual y penitencia), los carnavales asumieron una doble función social. Por un lado, se convirtieron en la última oportunidad de ocio y desenfreno antes de la Pascua de Resurrección —mediante la organización de toda clase de juegos y bailes— y, por otro, ayudaban a preparar el organismo —con grandes dosis de alimento y bebida— para las siete semanas de recogimiento y frugalidad que se avecinaban. Incluso la Iglesia, intransigente ante los excesos del carnaval, acabó asumiendo esta práctica como necesaria e incluyéndola en el calendario eclesiástico en el año 590.

La enorme relevancia que adquirió la vertiente gastronómica en estas fechas ha cristalizado en la tradición culinaria de Europa occidental. Quizás el caso más evidente sea el llamado jueves lardero (en Italia, giovedì grasso, y dijous gras en los Països Catalans), que se celebra el jueves anterior al miércoles de ceniza (es decir, al inicio de la Cuaresma). La jornada en cuestión trae consigo el consumo de algunos productos típicos de elevado contenido calórico y de origen animal, como la butifarra o la coca de llardons, en el caso de Catalunya.

En España, durante el reinado de los Reyes Católicos, se popularizó la costumbre de disfrazarse algunos días del año para gastar bromas. Sin embargo, en 1523, Carlos I (1500-1558) dictaría una ley que prohibía las máscaras y enmascarados. Una medida similar adoptaría su hijo, Felipe II (1556-1598). Habría que esperar al reinado Felipe IV (1605-1665), iniciado en 1621, para que se pudieran retomar las celebraciones carnavalescas. La permisividad de las mismas, no obstante, ha convivido con numerosos vetos en el ámbito local a lo largo de los siglos, derivados de actitudes delictivas amparadas en el anonimato de los disfraces. Asimismo, la conquista de América favorecería la implantación del carnaval en el continente americano. Hasta allí llegarían, también gracias a los colonos europeos, otras festividades en las que el disfraz acabaría adquiriendo un papel esencial, tales como la noche de Halloween.

En la actualidad, ciudades de todo el mundo han convertido sus carnavales en un potente imán de atracción lúdica y turística. Sirvan de ejemplo Venecia, Río de Janeiro, Cádiz, Las Palmas, Santa Cruz de Tenerife o Sitges (Barcelona). Del mismo modo, su finalización y el comienzo de la Cuaresma ha dado paso a otros festejos menores con un alcance mucho más modesto, como el Entierro de la Sardina (inmortalizado al óleo por Francisco de Goya). También uno de los grandes escritores españoles del siglo XX, el dramaturgo Ramón María del Valle-Inclán, dedicaría su esperpento Martes de carnaval a esta diada.

En la imagen, mosaico de máscaras romanas (Museos Capitolinos, Roma).

Sunday, February 08, 2009

La mostra «A la ciutat xinesa», des de dins

El pròxim diumenge 22 de febrer, l'exposició A la ciutat xinesa. Mirades sobre les transformacions d'un imperi tancarà les seves portes al Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB).

Inspirada per la celebració dels Jocs Olímpics de Beijing, i amb el record del tràgic terratrèmol que el 2008 que va sacsejar la província agrícola de Sichuan encara present, la mostra pretén reflectir les transformacions culturals, demogràfiques i econòmiques que ha experimentat el gegant asiàtic durant l'última dècada. I per a fer-ho, els organitzadors de la proposta —el CCCB i la institució francesa Cité de l'Architecture du Patrimoine— han apostat per centrar-se en els punts neuràlgics d'aquesta catarsi: les ciutats. Immerses en un procés imparable de construcció i de destrucció, els nuclis urbans de l'anomenat País del Centre estan sent objecte de profundes modificacions, a un ritme vertiginós.

Així, l'exposició situa aquests canvis en la cotinuïtat de la història i de la cultura síniques, amb el propòsit de confrontar la Xina més atàvica amb la del moment actual. Aquest objectiu és també un pretext per a comparar els imaginaris oriental i occidental i amb mecanismes propers a la informació i la propaganda.

Els caràcter i els conceptes clau de la civilització xinesa —com ara el jardí, l'escriptura, la terra, l'aigua, el fengshui, l'arquitectura o la família (subjecta a l'estricta política del fill únic en el cas de l'ètnia han, que representa el 92% d'una població de 1.300 milions de persones)— constitueixen el fil conductor de la proposta. Per a exemplificar aquestes realitats, quasi inabastables en un territori de 9.596.960 km², l'exposició analitza els casos de sis ciutats: Suzhou (propera a la desembocadura del Yangzi), Xi'an (al nord del país, famosa per la descoberta de l'exèrcit de terracota que custodiava la toma de Qin Shi Huangdi, el primer emperador xinès), Chongqing (situada a una península sobre el Yangzi), Canton (al sud i pròxima a Hong Kong), Shanghai (la metròpoli més poblada de la Xina, a l'est) i, finalment, la capital, Beijing.

La mostra exhibeix documents arqueològics, obres d'art, maquetes i imatges d'arxiu, sense obviar cinc curtmetratges d'uns 20 minuts de durada, creats expressament per a l'ocasió per joves cineastes xinesos. Les cintes duen per títol Plora'm un riu, rubricada pel coordinador de la filmació d'aquests curts, Jia Zhangke, i inclosa al Festival de Venècia 2008; Als afores de Xi'an, de Chen Tao; L'espera, de Peng Tao; Any Nou, de Li Hongqi, i L'Ésser i el No-res, de Han Jie.

Per bé que l'exposició potser cau en el parany de voler ser massa generalista i ambiciosa —no és una tasca fàcil divulgar davant del públic occidental la immensa complexitat cultural d'un país tan extens com la Xina—, visitar-la constitueix una bona oportunitat per a descobrir l'evolució recent d'aquesta gran república asiàtica. De fet, l'exposicions permanents consagrades a orient dintre de l'Estat espanyol —limitades, com ja es va assenyalar en un post anterior al Museu Oriental de Valladolid i al convent de Sant Tomàs d'Àvila— són prou escasses com per a no desaprofitar aquest tipus d'iniciatives.

En l'àmbit de les obres d'art, aquestes són majoritàriament reproduccions, malgrat que resulten prou il·lustratives dels blocs temàtics en què s'encabaixen. Especialment remarcables resulten les maquetes inspirades en l'arquitectura tradicional xinesa (que pren com a model, segons explica una rondalla, la forma de les gàbies de grills) i les la de la ciutat Beijing (que no recull, però, les transformacions derivades de la cita olímplica). Esment a part mereixen les fotografies que mostren la cara més fosca de la Revolució Cultural (1966-1969), els rigors dels programes de reeducació esperonats per Mao Zedong (que ordenaven el trasllat forçós d'intel·lectuals i artistes al camp) i les condicions laborals, sovint infrahumanes, vigents a algunes àrees fabrils de la Xina actual. Finalment, convé al·ludir a un seguit d'espectaculars imatges captades per satèl·lit, que evidencien l'impressionant creixement de les magalòpolis xineses en els darrers 30 anys, i als materials interactius que recullen el llarg procés d'aprenentatge de la llengua a les escoles de l'antic Imperi del Centre.

El preu de l'entrada individual és de 4,50 euros (3,40 en el cas de la tarifa reduïda).

Saturday, February 07, 2009

Oficis perduts: les trementinaires o remeires

La trementina —líquid transparent obtingut de las destil·lació de la reïna de determinades coníferes— dóna nom a un ofici ancestral ja desaparegut, i propi de la vall de la Vansa i Tuixent (Alt Urgell): el de les trementinaires. Aquesta era la designació que rebien les dones encarregades de preparar remeis casolans mitjançant herbes i flors i de vendre'ls posteriorment per tot Catalunya, en llargs viatges a peu que sovint es prolongaven durant mesos.

Per bé que el darrer periple documentat d'una trementinaire data del 1982, la localitat de Tuixent alberga des del 1998 un museu monogràfic destinat a divulgar aquesta peculiar activitat, a través de fotografies i documents audiovisuals i interactius que transporten el visitant a una altra època.

Per bé que aquesta pràctica podria ser fins i tot més antiga (sense anar més lluny, s'ha descobert a les immediacions un gravat mural del segle XVIII on s'il·lustra una escena de venda d'herbes i líquids), el primer testimoni escrit al respecte cal cercar-lo al Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1846-1850), signat per Pascual Madoz (1806-1870), on s'atribuïa aquesta activitat als veïns de la zona. Al seu torn, a la segona meitat del segle XIX, un cens consignava per primer cop la identitat d'una remeiera.

De fet, l'ofici de trementinaire constituïa un valuós complement per a l'economia domèstica de moltes famílies de la contrada (la població de la qual va arribar a ser d'unes 3.000 persones, deu vegades més nombrosa que en l'actualitat). La vall, situada a la solana del Cadí —a només uns kilòmetres del Pedraforca (a Saldes i Gósol) i del Port del Comte (a Sant Llorenç de Morunys)—, té com a municipis principals Josa de Cadí, Tuixent, Cornellana, Fórnols, Adraén, Sisquer, Sorribes de la Vansa i Ossera, bona part dels quals van ser testimonis de la preparació i comercialització de la trementina i altres preparats en el passat.

Les trementinaires es dedicaven a la venda ambulant de plantes i remeis que elles mateixes recollien i elaboraven. La seva preparació sovint es portava a terme immediatament després de la recol·lecció (el mateix dia, a la nit) per tal de mantenir intactes les seves propietats naturals. Així doncs, era relativament normal que una dura jornada laboral al camp precedís una llarga nit de vigília a la vora dels fogons i els obradors.

De tots aquests productes, el més sol·licitat era la tramentina, que s'extreia de la reïna del pi roig un cop destil·lada, procés que possibilitava l'obtenció de la pega grega i de l'essència de trementina o aiguarràs. La trementina resultava de la barreja d'aquests dos productes en unes proporcions determinades, tot afegint-hi eventualment cera groga, oli d'oliva o sèu d'animal. La utilització més habitual que es donava al preparat final era en forma de pegat, que s'aplicava sobre les parts del cos adolorides, o bé sobre el pit i l'esquena en cas de refredats i grips. Els pegats s'empraven també contra el dolor, els cops i les torçades.

Altres remeis que gaudien de força acceptació eren la pega negra i els olis de ginebró i d'avet. Quant a les plantes, hi destacaven l'orella d'ós, la corona de rei, l'hisop, el salsufragi, el te de roca, la sàlvia, l'herba blava, la sajolida, l'escabiosa, el comí, la genciana, les milfulles, bolets secs i altres espècies pròpies del Prepirineu. Aquestes herbes es destinaven a guarir malalties de les persones i el bestiar.

Per regla general, les dones de la vall marxaven a vendre els seus remeis dos cops l'any. La primera sortida es produïa després de Tots Sants. En aquest cas, es tractava de trajectes més aviat breus, en els quals hom comercialitzava principalment amb bolets i herbes aromàtiques destinats als àpats nadalencs. Un mes més tard, cap a finals de novembre o començaments de desembre, les trementinaries tornaven a casa per a ajudar amb les feines de la matança i per a passar el Nadal en família. Després del dia de Reis, però, les trementinaires tornaven a fer via. Aquest cop, el viatge podia durar fins a quatre mesos, i menava aquestes venedores ambulants fins als punts més remots de les terres catalanes.

Normalment, acostumaven a fer el trajecte a peu i amb una acompanyant femenina (que podia ser una amiga, una filla o, fins i tot, una néta), fet que els suposova afrontar el trajecte amb més seguretat i que, alhora, salvaguardava la seva reputació, en un moment històric en què no estava gaire ben vist que una dona transités sola. Tot i que es tracta d'una activitat eminentment femenina (els marits de les trementinaires acostumaven a quedar-se a càrrec de la casa, els fills i les tasques agrícoles), es té constància d'homes que acompanyaven les seves mullers en els seus desplaçaments, com en el cas de la Sofia Muntaner (foto), natural d'Ossera i última trementinaire en actiu (fins el 1982).

Les trementinaires tenien com a principals clients els pagesos més benestants i els metges, que feien servir els seus remeis per a receptar-los als seus pacients. A més, alguns dels compradors habituals els donaven allotjament durant els seus viatges, circumstància que les empenyia a seguir una ruta fixa, que es repetia any rere any. La relació que mantenien amb els compradors era personal i directa, i acostumaven a freqüentar especialment les zones rurals. A partir dels anys 60, però, l'activitat de les trementinaires va començar a minvar notablement.

Per bé que aquestes venedores van a arribar pràcticament a tots els racons de Catalunya, les zones més visitades van ser el Berguedà, el Moianès (al Bages), Osona, la Selva, el Gironès, el Baix i Alt Empordà, la Garrotxa i el Ripollès. Igualment, tot i que amb menys freqüència, van visitar les terres lleidetanes de la Segarra, el Segrià i l'Urgell, la Vall d'Aran i el Pallars, així com la província de Tarragona, els Vallès i, fins i tot, la ciutat de Barcelona. Finalment, el principat d'Andorra també apareix citat com a un dels destins implementats.

Amb la mort de la Sofia, esdevinguda el 1996, desapareixia per sempre una professió que ha sucumbit al canvi d'hàbits i als requeriments de la societat moderna, però que va sustentar un dels pilars econòmics més singulars de la zona. Al Museu de les Trementinaires de Tuixent, un vídeo recull el seu testimoni i el del seu espòs, heralds d'unes formes de vida que encara són recordades, i que continuen suscitant grans dosis d'enyorança i curiositat.

El Museu obre tots els dissabtes de 10:00 a 14:00 i de 17:00 a 20:00 h, així como els diumenges al matí. El preu de l'entrada és de 2,70 euros.